Lo que mis ojos ven es el agua
que moja los luminosos
pies alados de Pelantaro,
es la trayectoria del salmón
a contracorriente de la flecha
que incendia un pastizal de rebeldías,
es la fuerza de la lluvia
en un campo de salvias
donde crece la palabra de la tierra
es el püilli, el espíritu del peñi,
del hermano Fermín,
que alcanzó la patria de los sueños,
sin una lágrima, sin una queja,
solo, sólo en compañía
de los que le “ayudan a sentir”,
es el llauquewén, el dar y dar
sin esperar recompensa alguna,
es el llanto del monte santo
que recorre los senderos
donde el cuerno de buey
muge su canto de guerrero,
es la aljaba repleta de saetas
que pende del hombro de Lautaro
quien tensa el arco de la historia
y clava un dardo envenenado
en la giba del canalla
haciéndolo tragar la soberbia
revuelta en la niebla de su propia sangre.
Lo que mis ojos ven
es al peñi Ernesto Huenchulaf,
que me brindó su fuego,
su pábulo y el calor de un camastro
en la piel viva de una noche fría
recamada de estrellas
que murmuran un salmo de lunas
y trastumban el silencio eterno
de la cordillera del Wallmapu.
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