Y ya en pleno Caminito me detengo a prudente distancia para eludir a los enganchadores de turistas que ofrecen fotos con bailadores de tango, con bellas mujeres que enseñan más allá de lo que la suripanta moral permite ver, un pocote más arriba de los muslos, y unos gardelitos que remiten al Rey del Tango aunque todos ellos juntos no hacen un Gardel, y más allá restoranes con sendos shows de tango que la mera neta si llaman la atención, una de las fondas gauchescas tiene música en vivo y es seductora la música, 20 mts allá una pareja invita a bailar tango a hombres y a mujeres, claro es parte del consumo. Mientras yo filmo y filmo, saco fotos y me ofrecen el yantar de cada día que, al igual que en Chile, acá también le llaman almorzar. Recorrido rápido, intercambio toma de fotografías con unos catalanes, yo fotografío a ellos y ellos a mí y todos contentos. Esto lo repetí dos cuadras más allá donde me sale lo futbolero pues voy al legendario estadio del Boca Juniors. Tres chavos y chavas se fotografían y la misma fórmula y otra foto junto al estadio. A mitad de cancha le pido a un transeúnte (hay ojón que elegante) que cliquée la cámara y todo el mundo le da gusto hacer ese tipo de favores, como que se sienten importantes al igual que yo, satisfechos, y de pronto veo al Diego plasmado en una barda, apresto el ojo fotográfico y viene un señor que carga su desconsuelo en el leviatán de su desdicha, se atraviesa y sale una foto chingona que es la que adorna este texto, además un cartel del Macri el alcalde bonaerense, de derecha, presidente del Boca Juniors y un hijo de la chingada que no sé porqué me recuerda al Javier Vergara el presidente del Chivas, buena la foto acaso artística o periodística al menos. Me interno a los intríngulis del barrio fuera del getho turístico alambrado por los hilos invisibles de los billetes verdes y cámaras fotográficas, registro pintas interesantes, se nota el contraste del Buenos Aires céntrico con el Buenos Aires véntrico tétrico tántrico excéntrico, pobre popular y pintoresco, y camino y pregunto a un paco argentino dónde tomo los camiones que van a Plaza Italia, lugar donde transbordo al 60 de Tigre y le inquiero además por un restaurante donde coman los boquenses y me informa que en la avenida, cinco cuadras en la dirección que voy, y llego a la avenida y encuentro un lugar que anuncia, choripan, patys, chubascos, digo churrascos y alguna otra cosa que no registro. Churrasco pido. Dos cábulas argentinos que almuerzan en el típico lugar de esos que no hay en Temuco me preguntan de volón pin pon que de donde soy y por segunda vez no atinan, colombiano, aventuran, no, mexicano ahí me doy cuenta que hay más colombianos que mexicanos en Argentina y luego luego preguntan que como llamamos al dulce de leche, no agarro el carrete, y dicen de qué se hace la cajeta, les digo de leche de cabra, y ya entonces la agarro al vuelo, y es que los malandrines argentos, buenos para el caletre, le dicen cajeta al sexo de las mujeres, y las risotadas al estilo mexicano se suceden, y vienen los juegos de palabras y yo les contesto y un breve intercambio de significados se hilan en el lacónico fragor de un encuentro intercultural de barbajanes de la lengua hasta que bien se fueron, en esto interviene el taquero digo el choricero no de Toluca sino el boquerino, que es un tipo flaco flaco güero güero, de ojos azules que, como le digo que quiero la carne sin sal y sin nada, que le quite el migajón al pan (¿qué, miga qué?, miga le dice uno de los galloferos ches), y rechazo la coca que me ofrece y le pido un agua mineral, me pregunta que si soy lloki o sea jinete de caballos de carrera, le digo que no y entonces me pone en el mostradorcito una foto vieja de cuando él era lloki. Y ya ven que todo el mundo busca su público y por lo pronto el zurumbático cabrón ya encontró justificación orejas y un pendejo para contar su historia que se sucede en tres minutos, antes de volver hablar de la cajeta cuando los tunantes bocazas boquenses boquerinis viperinos ya habían ahuecado el ala, y yo le cuento como le decimos a eso mesmo en México y sale a relucir la papaya y el guayabo y otras sandeces de la mesma estirpe y el belitre me dice que ya sabe como le va a decir a su mujer llegando en la noche, y que aquí no pongo para no molestar los castos oidos de la nena sociedad como bien diría mi hermano Juanito Guanabacoa alias El Sabroso, de todos modos simpático el recabrón lloki. Un poco duro el churrasco que es un bistec un poco más grueso que el hambre lo pone sabroso, pero mis tripas no tienen llenadera y solicítole al avillanado fiambrero que me cocine un choriqueso, perdón un choripán, que pinche nombrecito que parece albur, mientras voy a una tienda de coreanos que no me quieren dar el vuelto en monedas porque éstas están escasas en todo Buenos Aires que gardelea por todos sus poros, y es que como los colectivos o camiones de pasajeros todos tienen puestas esas maquinitas que sólo admite monedas y pues eso para algunos gandules que acaparan morralla las revenden en las paradas de los camiones, para que los parroquianos puedan pagar su pasaje. Por fin me como mi choripán y tomo mi camión 152 que me lleva a la Plaza Italia enclavado en el barrio que es templo o catedral mundial de los sicoanalistas que en los años 70 y 80 tuvieron su apogeo en eso de tratar remisos, neuróticos, histéricos, hipocondriacos, deprimidos y locochones…
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