No fue necesario el vil cadalso para sustraerse de tu abadía
que rascó tinieblas en el retablo de mi ceguera
ni fue imperioso el fantasma de la isla
para desarraigar el pronunciado abrigo de tus promesas muertas
ni fueron tus ojos suficiente anzuelo
para anclarme como náufrago
a la helada dársena de tus pechos
ni tu sonrisa lunar el garfio plateado
que descorrió los velos de tu misterio
para quedar tatuado en ti como el arco iris
en las alas de la mariposa
ni el amargo trópico de tus caderas que bailaron un infierno
para entibiar el tierno invierno de mis oxidadas piernas.
No, no fue la piedra que anudó mi sangre
al descalabro de un desamparo lo que me alejó de ti,
fue ese epilogado silencio que empezó a gotear incendios,
ausencias y reproches como el cuerpo tambaleante de un herido
que va arrastrando sus vísceras sobre el sendero de las profecías.
Fue un adiós callado que despobló de uñas mis acangrejadas manos
de tanto arañar el dilatado eclipse donde resbalaron todas mis tristezas
y demolió a pajuelazos las paredes mortuorias de un amor que cayó
a pedazos como un cántaro roto por el impacto de un guijarro.
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martes, 5 de abril de 2011
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