Bueno, estimados cuadernos y cuadernas (nomás paque no se enojen los hablantes políticamente correctos), si de contar se trata pues ai va esto que me movió a la reflexión muy así de rápido, así de repente, pero no por eso muy superficial aunque de superficie se trate, bueno, va pues. En el vasto espacio del universo (ay ojitos pajaritos) hay un titipuchal de humaredas que arronchan la nariz, hacen escurrir los mocos y chillar los ojos como si padeciéramos el envirutado e internacionalmente maléfico hacheunoeneuno, mayormente conocido como el virus porcino de la Influenza Humana, nacido orgullosamente en Mexicalpando de la Tunacas (¡chincuetes!, en algo teníamos que ser los primeros, siempre… los últimos). Entre éstas (las humaredas claro está, no las influenzas) las hay de todas las clases sociales. Desde la prosaica chamusquina de los pastosos terrenos resecos hasta la santísima y nívea humazón que avizora la llegada de un nuevo protector de pederastas, perdón de un nuevo Papa en el Vaticano; manque, para decirlo con derechura, podría asegurar que los dos son humos blancos, namás que la chamusquina lo único que anuncia es la corredera de unos cuantos roedores y algunos mamíferos también llamados marsupiales, o “mejormente” conocidos por los ciudadanos texcocanos y de otras partes de la patria campesina, como tlacuaches. Primo hermano del pontificial humo romano es el que se escapa turiferariamente en las misas dominicales y no dominicales cuando el “santísimo” es extraído del tabernáculo para proveer del cuerpo de Cristo a los infractores de las reglas morales de Carreño y de los 10 Mandamientos, me refiero al oloroso incienso que limpia las inmorales culpas de los pecadores. O sea que hay humeantes atmósferas que hacen el bien sin mirar a quien.
Un humazo que recuerdo con sabrosura es el de la cocina de humo de mi casa materna donde mi mamá echaba tortillas nejas, memelas o tlacoyos en el comal de barro y hacía la comida en un tlecuil, que no es otra cosa que tres o cuatro piedras que soportaban el comal o las ollas y cazuelas. Este humo tenía un aroma de maíz tierno que, ¡aaahh que chingonería!, ver como se inflaban las tortillas como globos de cantolla (así con doble L) ¡y el sabor!, nada que ver con los discos terrosos de las tortillerías urbanas. Bueno ya me fui a remover recuerdos de mi infancia, adolescencia y de mi juventud todana.
Pero también hay otros humos que no son tan de buen talante como los mencionados antes. Primero, los incendios, que de ésos no hablaré mucho y que de ellos se encarguen los bomberos de Temuco situados a 100 metros de donde vivo y que del diario y sin falta, ora sí que religiosamente, y con exactitud, al medio día, o sea a las 12 horas, suenan sus sirenas como si fueran las campanas de mi pueblo. No sé si también tengan el sentido litúrgico de ellas pero de que suenan, suenan puntualmente. Segundo, hay algunas personas, que orita estoy dudando si en realidad lo son, que hacen de los humos su carta de presentación. Hacen uso de ellos en manifestaciones o marchas de protesta. Esos mefíticos fluidos, que usan esos represores perros sarnosos, son llamados gases lacrimógenos. Y en todos los países “civilizados” son utilizados con atingencia. Estos no solamente hacen llorar sino que tienen la encomienda de apendejar a quien lo respira para, enseguida, sorrajarles un macanazo. Estas bombas con esos gases lacrimógenas, mataron a Alexis Benhumea, en Atenco el 4 de mayo de 2006.
Estos perniciosos humos se complementan, entre otros con los jumos de los fumadores, pero de ésos el cáncer (¡uy, que miedo) se las cobrará todito, como lo dicen las cajetillas de cigarros de aquí de Chile que, al ver una por primera vez, me sorprendió tanto que pensaba que era de broma y que la marca era INFARTO, que inocente, en México, a lo más que llega la Secretaría de Salud es obligar a las cigarreras a ponerle en letras muy chiquitas: “Este producto puede ser nocivo para la salud”, leyenda totalmente inocua porque la gente, en primera, ni sabe qué quiere decir nocivo y, además, si es que llegara a saberlo, está la atenuante de “puede”, en fin que me parece bien esa advertencionsaza de los chilenos (ah, caray ¿así se escribirá?).
Todo esto viene a cuento porque acá en Santo Temuco de los Humos Nocturnos una de las primeras cosas que escuché por todos lados fue la queja de la contaminación de miles y miles de chimeneas que se juntan para hacer un tenue banco de niebla que medio airea y medio oxigena las gargantas profundas y el aparato respiratorio de los tehumoquenses que hacen soltar el moquerío como si estuvieran en el pegajoso Distrito Federal donde sí hay humos, pero humos de a de veras, de plomo, polvo y ozono. Ahorita, precisamente estamos en contingencia ambiental. Yo, casi urbanícola de una ciudad con 22 millones de habitantes y 2.5 millones de carros que echan jumo hasta por las orejas, la neta es que no he percibido esa contaminación de la que hablan los humeantes temuqueños. Y es que en verdad estos humos huelen a leña, a pino, a bosque, a montaña, hasta huelen bonito, tienen un aroma como la cocina de humo de mi mamá. Se ve que los temucanos no conocen el DFctuoso, también llamado por algunos Detritus Federal, o sea, México, Distrito Federal, allá de donde soy originario, que si de humos se trata, Temuco no le llega ni a las rodillas.
Ni aguantan nada mis carnales temuquenses, pues de tanto decir que ya se les subieron las humaredas a la cholla, a la tatema, o a la cabeza, ya algunos hasta se sienten “Humo Sapiens”.
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jueves, 6 de mayo de 2010
SE ME SUBIERON LAS HUMAREDAS A LA CHOLLA Y YA ME SIENTO UN "HUMO SAPIENS"
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Muy buen blog. Muchos saludos Salvador;)
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