El domingo repica un campanario rebalsado de fantasmas
la iglesia se cubre la cabeza con un rebozo de badajos,
feligreses elegantes llevan
por pecho un escapulario
por frente una cruz
y por alma las brasas del pecado,
oscilan entre el crepusculario del tiempo
y la metafísica del dolor,
invocan el perdón y la entrada al Reino de los Cielos,
oraciones y jaculatorias desparraman su pesar
en la transparente epidermis de los cirios,
más allá del cantar de los cantares que canta un cantor petrificado
más allá del destierro de los púlpitos y de un bautisterio moribundo
más allá del sermón que resbala de los labios
de un sobreviviente de Sodoma,
más allá de las rezanderas sin rosario
que engrilletan sus padresnuestros a los párpados de una virgen,
mientras, las campanas sin campanero, tocan a rebato
un redoble de caballos que cabalga tristemente
en el diapasón de mis sentidos.
No hay remedio, en Lavanderos, todo se ha vuelto desechable,
misas de plástico
flores de plástico
rezos de papel
y las campanas que llaman a misa, sin piel, sin lengua, invertebradas,
las campanas, pobres, sin cuerdas vocales, encerradas en un microchip.
Hoy no iré a lavar mis pecados a la iglesia ausente
ni prenderé la TV para ver la salvación de los mineros
prefiero marchar por la libertad de los presos en huelga de hambre
a la cárcel de Temuco,
pues para mí los weychafe mapuche,
a pesar de la iglesia y del racista gobierno chileno,
no son desechables.
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martes, 5 de abril de 2011
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